Me despierto, desperezo la mente. Cuatro horas de sueño. Desciendo. El cuerpo sigue ahí. Boca abierta, la lengua cuelga.
Salgo, a pasear. El viento azota sádico, mi cara.
Las hojas caen muertas de vicio. Es verdad, se me olvidaba citar;
La roja sangre sobre el pecho del muerto
Burbujea en pétalos de negra paciencia
Y dime, Sada, sobre la hediondez obtusa y
pasajera.
Avanzo, miro y pensaba. Contra el suelo, los pies soportan el peso. Piso la mierda del suelo. Pegado a mi zapato, padre, ¿lo mismo será por no ser más que excrementos en la zuela del zapato?
El ataba los pimientos rojos al filo blanco. Secaban. No me gustaban. Y odiaba el tofu, él. Y los plátanos me los traía. Quiero escribir. Dejádme que lo vea. Sada, dime, déjame que lo vea. Esas manos que el cuello alcanza. Esa espuma blanca que vuela me ahoga.
Aprieta fuerte mis falanges y mátame.
Me obstruye el camino. Las nubes negras me asaetean contrincantes del Japón.
El delirio es la Salvación.
S.Twski
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