Los nervios se paran. La sangre gotea. Las manchas se van. Timorata, no se expande como ella pudiese sino que se aglomera para no desaparecer. Campos que bailan con soltura albergan la juventud infatigable en su morbosa ociosidad. Mas hubiese desentrañado su humilde función la rosa al afanarse en morir. Pero ésta no cambió, pudo matar alegremente a aquellos que intentaron arrancarla del suelo. Su firme resolución cortó manos, atravesó cuerpos y así se pudo teñir de un inmortal rojo. Los llantos de esa subclase de individuos considerados como bambinos se pueden acallar con un cuchillo, atravesando sus gargantas. Por un poco de silencio, matemos. ¿Quiénes nos culparán?¿Los padres? Su felicidad tan sólo puede rebosar con atisbos de violencia que erróneamente interpretamos como tristeza o sentimiento de venganza. Aquello únicamente puede ser jactancia de un ser que no conocerá la lucha contra el tiempo que es la esencia de la descendencia. Morirá, ya no existirá siendo ello una de las mayores liberaciones posibles antes de que llegue la morbosa memoria para destruir la sustancia misma de lo que una vez fue. Todo reside en el cuchillo y con él la técnica empleada para rescatar al padre, ya que la madre tenderá a partir con el bambino, con ese instinto único de nuestros días. El Único es el mejor y por ello se fija una autolobotomización destructiva crucial y positiva para la especie humana. Ya que la desaparición de individuos puede sosegar al padre. Y éste puede desaparecer mansamente.
S.Twski
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